Parece ridículo lamentarse por
las
carencias que abundan en nuestra comunidad teatral. Sobre todo si pensamos el
contexto completo en el que ésta subsiste. Baste observar titulares como "el
Chapo se apodera de Latinoamérica", "el año nuevo representa
nuevos gastos e incrementos a bienes y servicios básicos", "el
EZLN a la sociedad civil: es la hora de actuar", entre otros más
pintorescos y espectaculares. Sin contar las ocupaciones y preocupaciones más
locales y cotidianas de vecinos (seguridad, economía,
tráfico, trabajo, familia). Pensar que alguien (más allá de alguien que
viva por ello y de ello) se va ha detener por un momento a preguntarse
"¿qué obra de teatro se presentará hoy?, ¿qué grupo o persona tiene una
nueva obra de teatro?" es tan insólito que no sirve de mucho lamentarse
por la ausencia de interés de propios y extraños en la cultura, menos en el
teatro.
Pero no se mal interprete este melodramático inicio. Habemos optimistas que nos
enredamos en preguntas intentando explicar el fenómeno y sobre todo intentando
contrarrestarlo. Por supuesto yo me sumo a ese numeroso grupo. Quise empezar
así, para pensar desde lo más elemental nuestra actual condición como creadores
independientes de teatro. ¿Será eso lo que politólogos y sociólogos llaman descomposición del tejido social? Esa trágica condición de la
sociedad humana donde ya no piensa en escoger su forma de vivir, sino que
piensa en escoger su forma de morir.
Y, ¿qué tiene que ver nuestras elecciones
para la muerte con la ausencia de interés en el teatro? Para responder estas
preguntas de talante filosófico recomiendo regresar a los clásicos. Y en este
caso, parece ser el más adecuado, el maestro de la Poética ática, Aristóteles. Él era un
pensador vastísimo que tenía especial gusto por el teatro, y particularmente
por la literatura dramática. Fue a partir de sus observaciones y análisis de
los textos de los poetas trágicos que constituyo uno de los primeros libros
sobre el arte poética. Una de sus
conclusiones más arriesgas tenía que ver con el propósito del arte y
particularmente el propósito del teatro. Él afirmaba que los seres humanos iban
al teatro y/o escribían teatro como una manera de comprender las causas oscuras
e ininteligibles a la razón humana del porqué de las cosas. El teatro imitaba
la vida y explicaba a sus observadores/lectores porqué sucedían las cosas como
sucedían. Esta revelación originaba una serie de contradictorios sentimientos
en el espectador/lector, en el poeta y en los actores. Aristóteles utilizó el
término catarsis que proviene del griego κάθαρσις, (Khatársis) y se traduce como purificación. Así que, es posible decir que, los griegos acudían al teatro para
purificarse. Evidentemente, este proceso
de purificación no era simple y la vida que imitaba el teatro, era la vida
ejemplar.
Sí
he hecho hincapié en el contexto en un principio, justo es que lo haga también
al retomar al filósofo griego. Sabido es que el teatro, así como otras artes
(danza, pintura, escultura, música) era actividades productivas absolutamente
incorporadas a la vida religiosa y política del ateniense, es decir, el arte no
era asunto a parte, mucho menos era una actividad extra-cotidiana, sino formaba parte del haber de todos los días entre los atenienses. Cosa absolutamente
distinta entre las personas de las sociedades modernas. Con la secularización
de nuestras sociedad ocasionó una escisión entre política (entendida como
las relaciones sociales e institucionales entre las personas) religión (como el
desarrollo de la vida espiritual y mística), arte (como el desarrollo de la
vida estética y afectiva) y filosofía (como el desarrollo del conocimiento). No
se adelanten conclusiones, yo no afirmaría de ninguna manera que ésta escisión
y la secularización de las sociedades modernas
sea el origen del problema o sea algo negativo. Tampoco sé si es lo
contrario. Dejemos este problema para después.
Regresando
al punto, el arte y particularmente el teatro, funcionaba como un espacio de
restitución social de las causas de la justicia, según Aristóteles. Dicho en
otras palabras, sería el lugar donde las personas comprenderían su destino, su
carácter y su proceder a través de la observación de personajes ejemplares. Esto
derivaría en la formación de mejores personas y por lo tanto, mejores ciudadanos.
Siendo así, el teatro tiene como propósito contribuir al establecimiento de la
justicia social, purificar al individuo de emociones contradictorias y enseñar
valores universales de una vida virtuosa. Y, yo creo, que en gran medida el
teatro contemporáneo, el que hacemos todxs, aquí y ahora, sigue cumpliendo este
propósito, y que simplemente los modos son radicalmente opuestos a los de los
poetas trágicos del siglo IV a. C. Para muestra de ello, consideremos el caso
de Samuel Beckett, un artista que me interesa de manera particular. Todo el
mundo estaría de acuerdo conmigo, si afirmo que en la dramaturgia de Beckett no
existe ningún programa social, ni siquiera existen pretensiones moralizadoras,
yo creo que ni pretensiones estetizantes, sólo existe la intención de comunicar
algo, frente a la imposibilidad de hacerlo. Pero, cuando este autor le hace
decir a Krapp, a través de una cinta magnetofónica en la obra La Última Cinta de Krapp:
“Cinta: […] Aquí termino esta
cinta. Caja… (pausa)… tres, bobina… (pausa)… cinco. (Pausa.) Quizá mis mejores
años han pasado. Cuando existía alguna probabilidad de ser feliz. Pero ya no
querría vivirlos otra vez. Y menos ahora que tengo este fuego en mí. No querría
vivirlos otra vez.
Cualquiera comienza a derivar conjeturas
sobre nuestra “idea particular de la felicidad” y si ya habrá pasado nuestros
“mejores momentos, nuestros momentos de felicidad”. Y de ahí, unx puede seguir
derivando en reflexiones sobre nuestra vida y más allá. Y, ciertamente,
nuestros sentimientos serán contradictorios y de estupefacción, al final de
todo, tendremos una leve certeza de que en nuestra vida “habido felicidad” y
que sabemos cuál es el camino para alcanzarla. Hacerlo o no, es tema de otra
conferencia.
Por
lo anterior, considero que el propósito del teatro no ha cambiado mucho. Sin
embargo, sí creo que el sentimiento trágico y la representación de él, es
diametralmente distinto. El sentimiento trágico ya no está en nuestro teatro.
Es decir, el debate entre razón y pasión, entre deber y querer, entre sociedad
e individuo, entre ley y destino, entre divinidad y humanidad, ya no está en el
teatro. Ese debate es el complejo dilema de “escoger nuestra mejor forma de
morir”, que anunciaba al principio. Y sobra decir, que la espectacularidad de este
debate cotidiano ha ido incrementando paulatinamente, conforme se sofistica el
escenario del dilema, incrementa la complejidad de su representación.
El
27 de febrero del 2012, apareció una noticia en medios nacionales que anunciaba
que el Ejército había decomisado 120 “cascos ceremoniales” presuntamente
utilizados en “rituales de iniciación” para formar parte de la organización
criminal conocida como “Los Caballeros
Templarios” en Apatzingán, Michoacán. Se puede observar que los
casos evocan la antigua indumentaria de los gladiadores romanos o algún
Ejército de griego, persa, etc. Habría que señalar que la teatralidad de este evento no es la primera en su tipo, sino,
¿de qué forma podemos llamar los colgados en los puentes, las narco-mantas
desplegadas, los decapitados, etc.? Dicho sea de paso, ¿de qué sirve para la
seguridad pública decomisar 120 cascos de plástico? ¿Es acaso, la teatralidad del crimen una amenaza
nacional que debe ser atendida?
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Pensemos
ahora en las estrategias para atraer público a las salas y eventos teatrales.
Cada vez más agresivas, los
desafortunados gestores culturales, productores, promotores y creadores de
teatro, hemos tenido que abrir codo a codo espacios que no eran originalmente para
el teatro, tales como iglesias, aulas, patios, canchas, plazas, empresas,
estacionamientos, transporte público, las cocinas y salas de casas
particulares, etc. Y ahora, el nuestro es un teatro incómodo fuera de su lugar.
Y yo no digo que los espacios antes mencionados no puedan considerarse
“espacios del teatro”; lo que digo, es que sí se ha llegado a esos espacios no
ha sido por un proceso de colonización, si no por un proceso de discriminación
del propio teatro.
Y,
¿cuál es el objeto de esta revisión poco esperanzada de nuestra situación? A
pesar de que pareciera lo contrario, es el objetivo es mirar de frente hacia el
2013. El objetivo es re-pensar la radical teatralización de la realidad en el
siglo XXI y aún más, en nuestras “sociedades en desarrollo” (a falta de mejor
etiqueta). Especular sobre estos asuntos debe ser, siempre, para confrontar
nuestra práctica artística. Y como inicia un año, debe iniciar un programa. Si pudiera enumerarlo sería así:
1.- No permitir que el paso al tedio.
2.- Observar nuestra realidad y
confrontarla sin temor.
3.- No forzar al teatro a formas y
contenidos por propósitos externos al propio teatro.
4.- Pensar la teatralidad como un
paradigma del siglo XXI.
5.- Incrementar la producción sobre la
discusión.
6.- No caer en la trampa de la moda y lo
novedoso.
7.- Subvertir el egoísmo y compartir todo.
8.- Fomentar las buenas conciencias y las
buenas relaciones humanas en la práctica teatral.
9.- Ser consciente que los errores son
parte del proceso.
10.- Recuperar el sentido trágico para el
arte. (Porqué aquí sí hay reversibilidad).
Escribe, Gunnary Prado.
Enero 2013.
Morelia-Buenos Aires.