05/agosto/2012.
Hoy. Caminé por la ciudad. No sola. No me ha sorprendido tanto como otras veces. Lo único verdaderamente importante fue la neblina, que llegaba del mar y se devoraba los edificios desde lo alto. Comenzaba por la punta, el cielo, y avanzaba en picada hacia el asfalto. La neblina estaba lechosa. Densa y humeante.
He caminado la ciudad. Siento que puedo contenerla en mi imaginación. Que no me queda grande. Que puedo calzarla y caminarla cómodamente. Dirán, "es la compañía", "es la adrenalina", "es la novedad". De nuevo no, es la mueca de siempre: no me sorprende para que realmente no me sorprenda y entonces, sólo entonces habitarla.
Buenos Aires me recibe con sus soles de invierno en agosto. Y más tarde nuestra sus fauces de frío. Bajando 2° por 2° precipitadamente. Tan mal me tiene este frío que mis palabras carecen de forma y contenido. De caligrafía y fundamento.
Es el frío.
Hoy. He caminado el adoquín cultural de San Telmo y nuevamente la ciudad me presume sus mil fronteras: empanadas colombianas, saludos venezolanos, piratería brasileña (negra azabache, por cierto), parridalla argentina, etc.
Dice Lalo: "si vas a extrañar. Pasará el tiempo y la nostalgia empezará por el paladar". No lo sé. Me siento cómoda aquí. Diría más vulgarmente, me siento como de por aquí. Ahora lo sé. Mi historia con Argentina comenzó hace muchos años, cuando encontré ese país en el exilio, con Cortazar-mexicano y Borges de Alfonso Reyes..con un Ernesto cubano.
Los que me conocen saben que he neciado con esta migración mucha más antes de que hubiera siquiera la posibilidad.