Ya mejor no escribo.
Ya mejor me olvido de las palabras, de todos modos son impronunciables.
Nunca atino a decir lo que quiero.
Quiero decir cosas que no sé cómo decir.
He aquí un problema.
Sin embargo, me despido.
No de las palabras, no del silencio.
Me despido de la ausencia.
De la nada de donde brotaban todas las palabras y las cosas.
Me despido de ese lejos estar que daba la íntima distancia.
Ya aquí, el cielo es casa y las estrellas lámparas.
Debimos despedirnos apropiadamente hace mil centauros.
Debimos cerrar la palabra hace mil hojas y cuartillas.
Pero no.
Decidimos seguir y seguir
para conocer los límites de la mazmorra
y ahora ya no hay punto de regreso.
Se ha muerto
y con ello el silencio ha tomado acompasado
sueño de ganas de: no más.
Esta pesadilla me dice que seguirá,
hasta las últimas consecuencias.
Y será sueño de vuelo
que nunca aterrizará en casa vacía.
Buscará parajes enormes
donde estacionar sus anchas caderas
y llegará a los límites del tiempo
cuando ya ningún amor sea posible.
Quiero de mil formas buscar una manera
de perderme en este pensamiento.
Pero me sigue encontrando
y me sigue convocando
a nuevos sueños lejanos.
Aunque aquí tengamos una vela encendida
para el entierro casuístico,
el rosario sigue siendo de perlas de amor y desamor
del que se ha formado
con tela se mi nueva de tu barba mal cortada.
Aquí ya no alcanzan
las oraciones para invocar la luz
y la bienaventuranza.
Sigamos pues el rezo de duelo
que vuelva los ojos hacia adentro.
Nunca más será la meta.
Llegaremos ahí y besaré tus pies.
Nunca más será el automóvil
en el que atravesaremos de orilla a orilla,
de arrecife a arrecife,
de litoral en litoral
todo el continente.
Vaciaremos las alforjas
y siendo sed-llanto,
moriremos de agua
que brota por los ojos y los labios.
Ya me despedí demasiado y nuevamente me pierdo en lo impronunciable, en lo inconmensurable. Ya me busqué demasiado en esta hoja y sigo extraviada en las letras. ¿Será pues mi territorio es de otra médula?
Ya me perdí entre tus palabras
y ahí sí encontré algo parecido a la felicidad.
Pero se desvanece a la menor provocación.
Se esfuma y vuela lejos al menor indicio de luz de medio día.
Es sueño nocturno que vagabundea entre laberintos de amor y del soy.
Aquí ya la letra se acaba,
se anuncia como si fuera a morir heroicamente
pero no son más que estertores de lejos vino, lejos se fue.
Que redoblen todas las campanas,
que se abran todas las ventanas,
salgan debajo de la mesa,
la lluvia está cayendo a chorros
y con ello trae un nuevo jarro
para refrescar nuestras gargantas,
para refrescar el abrazo,
para refrescar el beso no dado.
Que se pulvericen las nubes,
y entre juegos de misterio
se anuncie una muerte (in) necesaria
de un sueño que no tuvo ciudad.
De un anhelo que no tuvo oxigeno.
De tú amor que no tuvo a mi pecho.
De mis manos que no tuvieron tu rostro.
La pregunta se avecina,
¿qué nos espera?
Eso que hoy nos separa,
se parará ahí para siempre.
Y cuando se vaya
habremos muerto el Uno para el Otro,
sin la menor duda.
Mala pasada la de la ciudad
que nos hizo encontrarnos,
mala pasada la del deseo
que nos hizo seguir buscando.
Juego perverso
el que nos hizo resucitar todo lo muerto
las siete vidas del gato.
Es aquí, donde yo ya no te amo.
Aquí mis uvas.
Allí mis lagrimas.
Más allá unas flores, muy apenas.
Desgajadas de su jardín,
pero bien presentadas.
Y a lo lejos en el espejo,
las manos dibujando un corazón
para tener el tótem
a quien dedicarle está canción.
Epílogo (más tarde que nunca)
16 de abril del 2011.
Gunnary P.