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sábado, 16 de abril de 2011

Epílogo (letra muerta)

Ya mejor no escribo. Ya mejor me olvido de las palabras, de todos modos son impronunciables. Nunca atino a decir lo que quiero. Quiero decir cosas que no sé cómo decir. He aquí un problema. Sin embargo, me despido. No de las palabras, no del silencio. Me despido de la ausencia. De esa ausencia de donde brotaban todas las palabras y las cosas. De ese lejos estar que daba la íntima distancia. Ya aquí, el cielo es casa y las estrellas lámparas. Debimos despedirnos apropiadamente hace mil centauros. Debimos cerrar la palabra hace mil hojas y cuartillas. Pero no. Decidimos seguir y seguir para conocer los límites de la mazmorra y ahora ya no hay punto de regreso. Se ha muerto y con ello el silencio ha tomado acompasado sueño de ganas de: no más.
Esta pesadilla me dice que seguirá, hasta las últimas consecuencias. Y será sueño de vuelo que nunca aterrizará en casa vacía. Buscará parajes enormes donde estacionar sus anchas caderas y llegará a los límites del tiempo cuando ya ningún amor sea posible. Quiero de mil formas buscar una manera de perderme en este pensamiento. Pero me sigue encontrando y me sigue convocando a nuevos sueños lejanos.
Aunque aquí tengamos una vela encendida para el entierro casuístico, el rosario es de perlas de amor y desamor, se ha formado con tela seminueva de tu barba mal cortada. un feretró y un velorio. Aquí ya no alcanzan las oraciones para invocar la luz y la bienaventuranza.  Sigamos pues el rezo de duelo que vuelva los ojos hacia adentro.
Nunca más será la meta. Llegaremos ahí y besaré tus pies. Nunca más será el automóvil en el que atravesaremos de orilla a orilla, de arrecife a arrecife, de litoral en litoral todo el continente. Vaciaremos las alforjas y siendo sed-llanto, moriremos de agua que brota por los ojos y los labios.
Ya me despedí demasiado y nuevamente me pierdo en lo impronunciable, en lo inconmensurable. Ya me busqué demasiado en esta hoja y sigo extraviada en las letras. ¿Será  que mi territorio es de otra médula?
Ya, alguna vez me perdí entre tus palabras y ahí sí encontré algo parecido a la felicidad. Pero se desvanece a la menor provocación. Se esfuma y vuela lejos al menor indicio de luz de medio día. Es sueño nocturno que vagabundea entre laberintos de amor y del soy.
Aquí ya la letra se acaba, se anuncia como si fuera a morir heroicamente pero no son más que estertores de lejos vino, lejos se fue, de un miserable que no supo defender ni la vida. Heroe no. Perro muerto a lo mejor. Ese es nuestro amor.
Que redoblen todas las campanas, que se abran todas las ventanas, salgan debajo de la mesa, la lluvia está cayendo a chorros y con ello trae un nuevo jarro para refrescar nuestras gargantas, para refrescar el abrazo, para refrescar el beso no dado.
Que se pulvericen las nubes y entre juegos de misterio se anuncie una muerte (in) necesaria de un sueño que no tuvo ciudad. De un anhelo que no tuvo oxigeno. De tú amor que no tuvo a mi pecho. De mis manos que no tuvieron tu rostro.
La pregunta se avecina, ¿qué nos espera? Eso que hoy nos separa, se parará ahí para siempre. Y cuando se vaya habremos muerto el Uno para el Otro, sin la menor duda.
Mala pasada la de la ciudad que nos hizo encontrarnos, mala pasada la del deseo que nos hizo seguir buscandonos. Juego perverso el que nos hizo resucitar todo lo muerto las siete vidas del gato.
Es aquí, donde yo ya no te amo. Y no lo hago por cuestiones meramente prácticas: para levantar la mano adecuadamente al momento de decir adiós. De otro modo, si te sigo amando, se me doblan los brazos y se entierran en la arena de esta playa de mi duelo.
Aquí mis uvas. Allí mis lagrimas. Más allá unas flores, muy apenas. Desgajadas de su jardín, pero bien presentadas. Y a lo lejos en el espejo, las manos dibujando un corazón para tener al menos un tótem (ficticio) a quien dedicarle está canción. 

Epílogo (letra muerta)
16 de abril del 2011.
Gunnary Prado. 

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